sábado, 13 de septiembre de 2008

SUSURROS

Beatriz, insegura, atiende la llamada de su teléfono móvil. Es él. Intenta afinar su tono de voz más cálido, ese susurro suave de mujer sugerente que, unido a sus caídas de ojos y sus pucheros, suele volver locos a los hombres. Las miradas golosas de un macho con el que se cruza por la calle mientras sigue hablando aumentan su autoconfianza. Esos dos cristalinos se convierten en los espejos que le recuerdan su envidiable altura, la belleza no convencional de su melena, lo clásico de sus torneadas piernas, su figura atlética y la naturaleza enigmática de su sonrisa. Es consciente del aumento de seguridad cuando él, al otro lado del aparato y con palabras entrecortadas, la invita a cenar. Entonces responde sin acelerarse.

-Vale. ¿Por qué no?

Y satisfecha, se alegra al confirmar que una vez más ha conseguido que su voz oculte esa inseguridad, ese miedo a no gustar. Ese terror atroz a dejar de ser el centro de atención que le persigue desde niña, desde que su padre las abandonó.